martes, 20 de diciembre de 2011

LOS MÚSCULOS, EL ESTRÉS Y LA ANSIEDAD

Ante los avatares de la vida reaccionamos de las más diversas maneras y  muchas veces nos preguntamos cómo ha sido posible semejante respuesta a dada situación. En realidad pensamos que nos conocemos y que tenemos todo controlado, pero en algunas situaciones las cosas se nos van de las manos y es cuando nos preguntamos: ¿qué está pasando?
Al  ocurrir esto nos damos cuenta de que no controlamos nuestras reacciones frente a los problemas,  frente al peligro, o frente a  las situaciones consideradas estresantes.
De cara a  esa clase de panorama tenemos tres caminos: el del control, el del autocontrol  y el del descontrol. En el del control podemos controlar la situación, pero sin controlarnos  a nosotros  mismo. En el del autocontrol  nos controlamos  a nosotros mismo y, por consecuencia, la situación. Y si la situación es incontrolable, habremos  ganado, pues mantenerse cuerdo en una situación extrema es un logro. El del descontrol es cuando no controlamos nada. 
Es sabido que tanto el estrés como la ansiedad  son  estados muy  negativos que siempre vienen acompañados de una serie de desequilibrios fisiológicos que pueden hacer mucho daño al organismo si se perpetúan durante mucho tiempo.  
Ante una situación estresante se activa la hormona del estrés. Siguiendo órdenes del hipotálamo y de la pituitaria, las  glándulas  suprarrenales  liberan grandes cantidades de cortisol. En el caso de que esas cantidades sean demasiado altas, la memoria puede verse afectada.
El sistema nervioso simpático se hiperactiva, el ritmo cardíaco y el respiratorio se aceleran, el pulso y la presión sanguínea aumentan y los pulmones se hiperventilan haciendo que la sudoración crezca.
Cuando hay  una situación de estrés o ansiedad el cuerpo sufre y mucho, sobre todo el sistema cardiovascular por los frecuentes cambios de solicitación cardiaca. Son estas experiencias negativas las que hacen  que el cuerpo reaccione de una manera emergente. A menudo suele ocurrir  que las  personas que tienen ansiedad muchas veces se pierden dentro de este problema antes mismo de plantearse buscar ayuda.
Los síntomas del estrés son muy parecidos a los de la ansiedad.
En el caso de la ansiedad,  cuando  ésta  existe  el cerebro hace que haya una respuesta automática del  sistema nervioso con la finalidad de ponernos a salvo.
Algunos  síntomas relacionados con la ansiedad  son  la sudoración, la taquicardia, las palpitaciones, la sensación de nudo en el estómago y de pérdida de control, falta de aire, el  pulso y la presión sanguínea elevados,  la hiperventilación pulmonar...  Hay como  otros 30 síntomas relacionados.
Son síntomas de huída o evitación cuando  el peligro es evidente. El cerebro envía estos estímulos  cuando existe un peligro real, pero el problema mayor aparece cuando el mismo cerebro empieza a utilizar estos síntomas como una reacción normal ante  las mínimas adversidades del individuo, e incluso frente a situaciones normales que no entrañan peligro alguno pero que son percibidas como amenazantes por la persona, desarrollando un trastorno de ansiedad  (ataques de pánico, fobias, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno obsesivo-compulsivo, etc).
Tanto en los casos de estrés como en los de ansiedad, se libera una ingente cantidad de adrenalina en los  músculos. Ésta  adrenalina  hace  que  la musculatura se tense  mucho  dejando así los músculos  preparados para reaccionar ante cualquier estímulo que se identifique como  peligroso.
En la relación con la ansiedad o el estrés es importante saber que  al  lado  del hipotálamo está localizado el núcleo basal de la estría terminal que es la parte del cerebro que se encarga de prolongar el estado de alarma y es responsable de la aparición de la ansiedad  patológica. Por otra parte  el centro de control de las  emociones y de las respuestas primarias  está localizado en la amígdala.
Las personas que padecen estrés o ansiedad deben buscar ayuda, pero sobretodo deben ayudarse a sí mismas. Existen varias formas de tratar ese problema, cada caso es una historia completamente diferente. De todos los tratamientos, uno de los que más me llaman la atención es el basado en el ejercicio físico. Según el estado del sujeto se debe aplicar el ejercicio en función de su individualidad y siempre respetando  sus posibilidades físicas y psicológicas. Lo que  está claro es que si les proporcionamos actividades aeróbicas  para dar estímulos cardiovasculares controlados, podremos así estimular el sistema nervioso parasimpático y contrarrestar los efectos de la hiperactividad del simpático en los momentos de estrés.
Además, con  trabajos específicos de tonificación muscular,  podremos controlar los estímulos negativos proporcionados por la liberación de adrenalina que tensan los músculos haciendo que las fibras musculares vayan perdiendo su flexibilidad. De otra parte, con un buen entrenamiento podemos estimular el hambre, pues el estómago también es afectado en los casos de estrés o ansiedad. El cuerpo destina recursos para  identificar los peligros externos y producir respuestas. Por ese motivo se reduce las actividades en otras funciones no relacionadas con la alerta como la digestión.
La actividad física también puede controlar la sudoración negativa ocasionada por el estrés comentado anteriormente. Con el trabajo aeróbico se entrena el músculo cardiaco dejándolo preparado para cualquier estímulo negativo  manteniendo controlado el ritmo cardiaco,  el respiratorio y su hiperactividad. Es posible controlar el pulso,  la presión sanguínea y la hiperventilación de los pulmones disminuyendo y controlando la sudoración.
La actividad física es uno de los mejores fármacos que existen, pues si la practicamos,  hablaremos por un lado de prevención  y por otro de hacer con que el cuerpo recupere su estado de normalidad y que podamos tener calidad de vida.
De otra parte con la actividad física podremos tener un  buen  estado de ánimo. Aunque una persona esté bajo una gran situación de estrés, si ésta practica actividad física podrá defenderse de una manera muy efectiva  contra  los efectos nocivos que el estrés provoca. Existiendo  un entrenamiento físico adecuado, la persona en cuestión probará  efectos diferentes a lo que experimentaría padeciendo  estrés. Mientras el sujeto entrena, su organismo  realiza  una importante  liberación de endorfinas y  serotonina  por parte del hipotálamo y de la glándula pituitaria. Estos  neurotransmisores  son fundamentales para el bienestar, para el ánimo y para el control de la depresión.  Cuando se entrena también es  liberada  la  oxitocina que  es la hormona que disminuye el miedo y estimula la calma. Por otra parte se reduce la liberación del cortisol y en consecuencia se controla el estrés. Además, la práctica de la actividad física puede tener una acción sociabilizadora, muy útil en los casos más graves en los que el individuo ve afectada su vida normal y tiende a aislarse.
Anteriormente me he referido a los trabajos de tonificación y cardiovasculares, pero también podemos y debemos tener en cuenta otras clases de actividades para la mejoría de la calidad de vida en casos de estrés y  ansiedad como son las diferentes técnicas de relajación. Estas actividades también pueden ser  efectivas. Hay que estudiar cada caso y tener en cuenta varios factores como el estilo de vida, actividad que desarrolla, motivo por lo que padece estrés o la  ansiedad y el  nivel de estrés que padece.
Normalmente cuando un paciente acude a la consulta por un cuadro de ansiedad o estrés, casi siempre se contempla la posibilidad de tratarle con fármacos (antidepresivos y ansiolíticos), lo que en muchos casos está bien; pero existen otras vías de tratamiento muy útiles como la actividad física, que curiosamente produce los mismos efectos en el organismo que estos medicamentos. Una de las diferencias es que los fármacos son necesarios pero son paliativos, mientras que el ejercicio hace parte del estado natural del ser humano, estimula de manera natural las sustancias químicas del organismo  para su autodefensa y además es una actividad que promueve el autocontrol, la superación personal  y  la autoestima, siendo una manera activa de hacer frente a la enfermedad. Si se continúa con la actividad física, el cerebro reconocerá esta situación como la normal y los controles del estrés y la ansiedad se harán de una manera natural, no dejando que ese estado afecte al organismo y que tampoco altere nuestro estilo de vida.
De todas formas, es de suma importancia que estemos atentos a las informaciones que nos da nuestro cuerpo y que  respetemos nuestras posibilidades y límites.  Cuando empecemos  a  perder  el control de la situación con  cierta frecuencia, no debemos  dudar en buscar ayuda profesional.      


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